Comentario
Cómo el capitán Hernando Cortés envió a Castilla, a su majestad, ochenta mil pesos en oro y plata, y envió un tiro, que era una culebrina muy ricamente labrada de muchas figuras, y toda ella, o la mayor parte, era de oro bajo, revuelto con plata de Michoacan, que por nombre se decía el Fénix, y también envió a su padre, Martín Cortés, sobre cinco mil pesos de oro; y lo que sobre ello avino diré adelante
Pues como Cortés había recogido y allegado obra de ochenta mil pesos de oro, y la culebrina que se decía el Fénix ya era acabada de forjar, y salió muy extremada pieza para presentar a un tan alto emperador como nuestro gran césar, y decía en un letrero que tenía escrito en la misma culebrina: "Esta ave nació sin par, yo en serviros sin segundo, y vos sin igual en el mundo." Todo lo envió a su majestad con un hidalgo natural de Toro, que se decía Diego de Soto, y no me acuerdo bien si fue en aquella sazón un Juan de Ribera, que era tuerto de un ojo, que tenía una nube, el cual había sido secretario de Cortés. A lo que yo sentí del Ribera, era una mala herbeta, porque cuando jugaba a naipes e a dados no me parecía que jugaba bien, y demás desto, tenía muchos malos reveses; y esto digo porque, llegado a Castilla, se alzó con los pesos de oro que le dio Cortés para su padre Martín Cortés, y porque se lo pidió Martín Cortés, y por ser el Ribera de suyo mal inclinado, no mirando a los bienes que Cortés le había hecho siendo un pobre hombre, en lugar de decir verdad y bien de su amo, dijo tantos males, y por tal manera los razonaba, que, como tenía gran retórica e había sido su secretario del mismo Cortés, le daban crédito, especial el obispo de Burgos. Y como el Narváez y el Cristóbal de Tapia, y los procuradores del Diego Velázquez y otros que les ayudaban, y había acaecido en aquella sazón la muerte de Francisco de Garay, todos juntos tornaron otra vez a dar muchas quejas de Cortés ante su majestad, y tantas y de tal manera, e dijeron que fueron parciales los jueces que puso su majestad, por dádivas que Cortés les envió para aquel efecto, que otra vez estaba revuelta la cosa, y Cortés tan desfavorecido, que lo pasara mal si no fuera por el duque de Béjar, que le favoreció y quedó por su fiador, que le enviase su majestad a tomar residencia e que no le hallaría culpado. Y esto hizo el duque porque ya tenía tratado casamiento a Cortés con una señora sobrina suya, que se decía doña Juana de Zúñiga, hija del conde de Aguilar, don Carlos de Arellano, y hermana de unos caballeros y privados del emperador. Y como en aquella sazón llegaron los ochenta mil pesos de oro y las cartas de Cortés, dando en ellas muchas gracias y ofrecimientos a su majestad por las grandes mercedes que le había hecho en darle la gobernación de México, y haber sido servido mandarle favorecer con justicia en la sentencia que dio en su favor, cuando la junta que mandó hacer de los caballeros de su real consejo y cámara; en fin de más razones, todo lo que estaba dicho contra Cortés se tornó a sosegar con que le fuesen a tomar residencia, y por entonces no se habló más en ello. Y dejemos ya de decir destos nublados que sobre Cortés estaban ya para descargar, y digamos del tiro y de su letrero de tan sublimado servidor como Cortés se mostró; que, como se supo en la corte, y ciertos duques y marqueses, y condes y hombres de gran valía se tenían por tan grandes servidores de su majestad, y tenían en sus pensamientos que otros caballeros tanto como ellos no hubiesen servido a su majestad, tuvieron que murmurar del tiro, y aun de Cortés porque tal blasón escribió. También sé que otros grandes señores, como fue el almirante de Castilla y el duque de Béjar y el conde de Aguilar, dijeron a los mismos caballeros que habían puesto en pláticas que era muy bravoso el blasón de la culebrina: "No se maravillen que Cortés ponga aquel escrito en el tiro. Veamos ahora, ¿en nuestros tiempos ha habido capitán que tales hazañas haga, y que tantas tierras haya ganado sin gastar ni poner en ello su majestad cosa ninguna, y tantos cuentos de gentes se hayan convertido a nuestra santa fe? Y demás desto, no solamente el Cortés, sino los soldados y compañeros que tiene, que le ayudaron a ganar una tan fuerte ciudad, y de tantos vecinos y de tantas tierras, son dignos de que su majestad les haga muchas mercedes; porque, si miramos en ello, nosotros de nuestros antepasados (que hicieron heroicos hechos y sirvieron a la coronal real y a los reyes que en aquel tiempo reinaron, como Cortés y sus compañeros han hecho) lo heredamos, y nuestros blasones y tierras e rentas." Y con estas palabras se olvidó lo del blasón; y por qué no pasase de Sevilla la culebrina, tuvimos nueva que a don Francisco de los Cobos, comendador mayor de León, le hizo su majestad merced della, y que la deshicieron y afinaron el oro, y lo fundieron en Sevilla, e dijeron que valió sobre veinte mil ducados. Y en aquel tiempo, como Cortés envió aquel oro y el tiro, y las riquezas que había enviado la primera vez, que fueron la luna de plata y el sol de oro y otras muchas joyas de oro con Francisco de Montejo y Alonso Hernández Puertocarrero, y lo que hubo enviado la segunda vez con Alonso de Ávila y Quiñones (que esto fue la cosa más rica que hubo en la Nueva-España, que era la recámara de Montezuma y de Guatemuz y de los grandes señores de México), y lo robó Juan Florín, francés; y como esto se supo en Castilla, tuvo Cortés gran fama, así en Castilla como en otras muchas partes de la cristiandad, y en todas partes fue muy loado. Dejemos esto, y digamos en qué paró el pleito de Martín Cortés con el Ribera sobre los tantos mil pesos que enviaba Cortés a su padre, y es, que andando en el pleito, y pasando Ribera por la villa de Cadahalso, comió o almorzó unos torreznos, y así como los comió murió súbitamente y sin confesión; ¡perdónele Dios, amén! Dejemos lo acaecido en Castilla, y volvamos a decir de la Nueva-España, cómo Cortés estaba siempre entendiendo en la ciudad de México que fuese muy bien poblada de los naturales mexicanos, como de antes estaban, y les dio franquezas y libertades que no pagasen tributo a su majestad hasta que tuviesen hechas sus casas y aderezadas calzadas y puentes, y todos los edificios y caños por donde solía venir el agua de Chapultepeque para entrar en México, y en la población de los españoles tuviesen hechas iglesias y hospitales y otras cosas que convenían. Y en aquel tiempo vinieron de Castilla al puerto de la Veracruz doce frailes franciscos, y por vicario general de ellos un muy buen religioso que se decía fray Martín de Valencia, y era natural de una villa de Tierra de Campo que se decía Valencia de don Juan; y este muy reverendo religioso venía nombrado por el santo padre para ser vicario, y lo que en su venida y recibimiento se hizo diré adelante.